
Santorini, ¿de qué vas?
Sorprendentemente, nuestros primeros pasos por Grecia darían sentido al resto del viaje
Santorini, no nos has puesto las cosas fáciles. ¿De qué vas? Aunque admito que nosotros tampoco hemos hecho mucho a nuestro favor (nuestro plan era, tras viajar desde Madrid, dormir una noche en el aeropuerto de Atenas para coger el vuelo a Santorini a las 7AM y allí alquilar un que nos sirviera de transporte y alojamiento, 2x1).
Así pues, llegamos a tu aeropuerto con los primeros rayos, completamente desubicados por el horario intempestivo, el entorno desconocido y el plan improvisado.
Y cansados, muy cansados. Me gustaría decir que la falta de sueño ya se nos estaba acumulando (igual que la ropa sucia en la mochila); pero no. Santorini, te elegimos como primera esquina de este viaje sin billete de vuelta. Qué va a ser de nosotros en unos meses; no lo sé (ya se nos ocurrirá algo).
Pero con todo este colchón de pinchos ya contábamos más o menos; fuimos nosotros los que decidimos hacer tal locura griega (aunque admito que creía que aún éramos lo suficientemente jóvenes para aguantar sin resaca una noche aeroportuaria, ahora lo dudo un poco). Y, teóricamente, aún nos quedaba una pernocta más en el aeropuerto de Santorini.
Lo que no podíamos imaginar es que nos íbamos a enfrentar a tremendo vendaval en tus calles. Ya te vale, Santorini. ¿Por qué te dio por convertirte en el mismísimo Eolo? Tus calles de Oia eran imposibles de recorrer; no por la masa de gente, sino por el viento en contra.
Dicen que el viento puede volver loco a quien lo padece. Y en ese camino íbamos hasta que, seguramente guiado por Helios, el mejor banco de toda la isla nos encontró. En un rincón tranquilo, con vistas al mar y resguardado de tu ventosa furia. Tras unos pocos minutos de okupación, comenzamos a llamarlo hogar. Qué a gusto estuvimos. Tanto, que nos permitió templar los nervios pero también los pensamientos.
Y ahí, Santorini, fue donde nos diste la gran lección. Nos enseñaste algo que, estoy segura, hará que el resto del viaje tenga mucho más sentido común. Nos mostraste que podemos cambiar los planes, incluso aunque fueran improvisados, si las necesidades, nuestras necesidades, lo requieren. Ser flexible, es una virtud.
¿Qué necesitábamos en ese momento? Tú lo sabías bien: resguardarnos de ese viento y descansar. Parece fácil, ¿verdad? Y en realidad lo es. Solo teníamos que aprender a escucharnos.
Y así lo hicimos, cambiamos la noche en la moqueta del JTR por una habitación de hotel. Y cuando salimos por la puerta del hotel de nuevo, Santorini, te veías de otro color, olías más dulce y sabías más sabroso...
Lección aprendida, Santorini. Trataremos de cambiar más a menudo esos planes, incluso los improvisados.







