Dani Errántez en su vuelta al mundo empezando en Singapur

Relato de nuestro paso por el templo hindú Sri Veeramakaliamman

Vol.2 "La Trimurti bendice nuestro camino"

DANI ERRÁNTEZ - 14/05/2024

Llegamos al metro para ir a la ciudad. No hace falta comprar ticket ni tarjeta alguna para entrar. Pasas tu tarjeta bancaria y listo. Te cobran lo que corresponda y listo. Bienvenidos. Dejen paso al siguiente. ¿Por qué no hacen esto en todas las ciudades? ¿O es que soy yo el único que tiene siete Oyster de Londres en el cajón de las mierdas de casa (todos sabéis a qué cajón me refiero) porque nunca me acuerdo de llevarme la puta tarjeta cuando vuelvo a la City?

Nos sentamos en el vagón. Está helado, como todos los medios de transporte asiáticos. Tengo la certeza de que podrían aprovechar el metro para mantener cadáveres en buen estado antes de una autopsia. Como no traemos abrigo nos arrimamos mucho, será de las pocas veces que lo hagamos antes de salir a la calle.

Singapur se divide por barrios: indio, chino (Chinatown), malayo… Decidimos ir primero al barrio indio. Y nada más salir a la calle: ¡bum!, guantazo de calor singapurense. Aun así, sonrío: estamos en Asia. Aquí es lo que hay: transportes públicos más fríos que el corazón de tu ex y ciudades donde la alianza “calor barra humedad” funciona a las mil maravillas.

Compro un Red Bull tailandés en la primera tienda que veo. Eso y unas patatas fritas que se revelan tan ardientes como el sol que nos baña. Somos los únicos europeos por aquí. El resto de clientes nos mira con sorpresa. En una esquina de la tienda, justo detrás de la caja, hay un altar hindú con incienso, mucho incienso. Es más dulzón que el de las iglesias españolas y genera una especie de niebla que parece teñirlo todo de fotograma antiguo. Me gusta.

Miro con curiosidad las compras que hacen los clientes que van delante de mí. No sé lo que son la mayoría de las cosas que compran. Y es fantástico. ¡Qué maravilla poder vivir en un mundo donde hay tantas preguntas!

Volvemos a la calle. Me bebo el Red Bull en cuatro sorbos. Me siento cómodo en esta parte de la ciudad, a pesar de las múltiples miradas y dedos índice que parecen perseguirnos. Vamos por oído, sin GPS. Seguimos el rumbo que nos marca el ruido. Toda la gente parece dirigirse hacia un lugar en particular. Tras varias calles llenas de comerciantes de joyas que se alternan con unos vendedores que, micrófono en mano, intentan vender auriculares, altavoces y soportes de móvil. Me recuerda al típico sonido de la tómbola de las ferias, pero en un idioma que desconozco. Las maneras son las mismas, eso sí. Tombolero se nace, no se hace, oiga. Aquí, en Ciudad Real o en la misma China.

Por fin, llegamos al lugar que buscábamos sin saberlo. El templo hindú Sri Veeramakaliamman, situado en el 141 de Serangoon Road.

Hoy es día de celebración para sus fieles. Lo observamos desde el otro lado de la calle, justo antes de cruzar por el paso de peatones, tras el cartel verde con el nombre de la avenida. Es un templo colorido situado justo delante de un par de edificios vulgares. Su fachada principal posee múltiples imágenes en tres dimensiones de —supongo— personajes importantes dentro del hinduismo. Hay un dios subido a un león, un tipo que cabalga un caballo de porte orgulloso, unos señores panzudos con bigote, más leones… Anoto en mi cabeza aprender más sobre toda esta simbología. Los que nos hemos criado en una cultura cristiana conocemos con relativa precisión cuáles son nuestros símbolos, pero tendemos a ignorar o generalizar los símbolos de otras religiones diferentes a las que suelen practicarse cerca de nosotros. Y en materia de símbolos e imágenes, el hinduismo se lleva el primer premio. Seguido de cerca por el budismo, por supuesto. Espero y deseo dejar de ser un simple ignorante que mira pero aún no está capacitado para poder ver.

Cruzamos el paso de peatones. Hay dos pequeñas carpas y unos bancos en la entrada principal para dejar los zapatos. Nos descalzamos, este punto está bastante claro y a partir de este momento tocará imitar lo que los demás hacen. Y los demás —hinduistas pro—, se colocan en una cola para limpiarse los pies antes de entrar al templo. Nos los lavamos y entramos en suelo sagrado tratando de no pisar todas las flores que tienen repartidas por los escalones principales.

La escena que vemos a continuación es increíble. Cientos de personas se reparten en torno a los diferentes altares que hay por toda la estancia. Unidos por una fe que casi puede tocarse. Unos están sentados, otros se apelotonan en torno a algo que aún no puedo ver. Me acerco y logro colarme entre ellos, ser uno más. Un brahmán con su lungui blanco y sin camisa se pasea entre los feligreses portando una bandeja con fuego y polvo rojo. La gente hace el gesto de tocar varias veces la llama, deja alguna moneda o billete en la bandeja y se tiñen el centro de la frente con el tinte rojo. Imito exactamente todo lo que hace la persona que está a mi lado, que me sonríe con amabilidad y me hace un gesto de asentimiento, quiero creer que le gusta que un extranjero esté disfrutando con respeto y sana curiosidad de la celebración junto a ellos.

Una señora se encariña con María. No habla inglés, así que es difícil comunicarnos con ella, pero a través de gestos nos lleva hasta una puerta que parece especial. No está vallada, pero nadie supera una línea imaginaría situada a unos metros de la misma. Todos miran con atención hacia el interior. La señora nos anima a mirar dentro, mientras nos indica que pongamos las manos como ella, en un indudable rezo. Unos segundos más tarde aparece otro brahmán con una bandeja similar a la anterior. Más fuego. Más espacio para poner dinero. Aunque ahora es él quien “mancha” nuestra frente con polvo de arroz. En el interior de la puerta observo la sonrisa de Shiva, el dios de la Trimurti (trinidad hindú) encargado de la destrucción y la renovación.

El fervor que observamos es casi envidiable. Reconozco que durante unos instantes lamento no tener fe, aunque todos mis amigos religiosos —tanto cristianos como budistas, musulmanes y hasta sijistas— me dicen que ya llegará. La fe aparece en su momento y a su hora, suelen decirme siempre que voy con ellos a la iglesia, medito a su lado o procuro emular algún día del ramadán. No seré yo quien niegue lo que tanta gente que respeto me dice con el mejor de sus deseos. Ojalá la fe llegue algún día. Seguiré buscando.

Paseamos un rato más por el templo. Hay dos pasillos laterales que acaban en un patio enorme donde dan de comer de forma gratuita. Nos lo pensamos, pero las patatas ardientes y el Red Bull, además del calor, pesan aún demasiado en nuestros estómagos. Agradecemos el ofrecimiento y decidimos salir del templo para intentar no molestar más, si es que lo estamos haciendo.

Salgo con dudas, muchas dudas, y no puedo dejar de pensar que en cuanto tenga la oportunidad de entrevistar a un hindú que hable razonablemente bien inglés pienso hacerle infinidad de preguntas.

Y hablando de fe. No entiendo muy bien qué clase de energía o poder sobrenatural me invita a darme la vuelta justo antes de salir del templo para echar un último vistazo y agradecer la oportunidad que tenemos de estar allí. Recito un gracias entre dientes, vuelvo a evitar las flores del suelo de la entrada, recojo mis zapatillas y salimos de nuevo a la calle. El resto de Singapur nos espera....