Dani Errántez es un aventurero en Singapur

Regla número uno del viajero: lleva siempre efectivo.

Vol 4: "Si vais a Singapur, pagadme una deuda"

DANI ERRÁNTEZ - 14/05/2024

Justo enfrente del local del señor Chan está el mercado. Y como no puede ser de otra manera en lugares como este, venden de todo. De hecho, venden tantas cosas que soy incapaz de mirar nada. Los comerciantes ven nuestras caras —ojeras incluidas— y ni se acercan a nosotros.

Subimos a la planta alta. Es la zona de restauración. Me apetece un café, así que nos acercamos al primer puesto que vemos y le pido un expreso largo, aunque la señora comienza echando al vaso una buena dosis de algo parecido a leche merengada. Da igual, me lo voy a beber de todas formas.

Me lo entrega y me dice algo ininteligible. Supongo que será el precio. 1,20 dólares singapurenses. 0,82 euros al cambio.

With card, please. La señora vuelve a decir algo ininteligible que incluye un “no cá, no cá” acompañado de una retahíla de frases que no entendemos pero cuya traducción intuimos. Resumiendo, mi barista favorita de Singapur ha dicho: eres un pringao y con card le vas a pagar a tu puta madre, espabila y recuerda que por aquí siempre tienes que llevar efectivo, novato. Así vas a dar tú la vuelta al mundo, gilipollas. O algo así.

Pero no, no tenemos efectivo. Se lo aclaramos a la señora y nos señala un código QR para hacer el pago a través de la app de Grab, algo bastante habitual en Asia. Premio, tampoco tenemos internet porque no nos ha dado por compar una SIM para el poco tiempo que vamos a pasar en Singapur. No te preocupes, amor, seguro que hay Wifi, dice María. Pero no, ni Wifi ni hostias.

Llegados a este punto solo quedan dos opciones: o nos vamos sin pagar o esperamos que la señora nos regale el café. Su vocerío nos indica que lo segundo no va a pasar, así que iniciamos la correspondiente huida. María, que es más maja y sabe más chino que yo le dice: “dui bu qi” (lo siento en chino). Una disculpa que la señora se pasa por el filtro de su cafetera.

Nos vamos del lugar, pero antes de alejarme del todo me giro para fotografiar el puesto. He aquí la fotografía. Super Mummy Cafe. Si por casualidad vais algún día a Singapur y pasáis por el mercado de Chinatown dadle a la señora un euro de mi parte, ya arreglaremos cuentas. Dudo que recuerde quién soy, pero cualquier ayudita para el buen karma siempre es bienvenida.

Para sentirnos mejor con nosotros mismos decidimos ir al templo budista más cercano. Es un templo relativamente moderno pero muy bonito al que en realidad vamos porque lo tenemos apuntado en la lista de lugares de interés y está cerca. En él se encuentra uno de los dientes de Buda, una venerada reliquia que sus seguidores valoran con fervor. Y aquí, de nuevo vuelvo a sentir el peso de la ignorancia. Un lastre que deseo corregir durante este viaje.

Seamos sinceros, el budismo en occidente tiene un puntito exótico muy “instagrameable” que poco o nada tiene que ver con las creencias verdaderas de los seguidoras de Buda. Mucha gente opina que para rellenar su próxima cita de Tinder tendría más tirón hablar de meditaciones con cuencos tibetanos que decir que la misa del domingo pasado estuvo entretenida. No termino de entender el razonamiento. Personalmente, trato de ser muy equidistante con esto, aunque me da rabia que en occidente tengamos tan poco conocimiento de las creencias y prácticas orientales, y supongo que pasará lo mismo a la inversa.

Cualquier religión, creencia o moda que haga sentir mejor a alguien es muy respetable. Y a mí, curioso por adicción, me interesa todo, no sé si para practicarlo regularmente o como intento de comprensión del mundo en el que nos ha tocado vivir.

Un inmenso incensario domina la puerta principal del templo. Trato de entender cómo funciona, así que me quedo un rato mirando la forma de actuar del resto. Toman varias barritas de incienso de una mesa situada a unos metros, las encienden en una vela, las sujetan entre las palmas de sus manos y se llevan estas a la frente mientras rezan con los ojos cerrados. Después clavan las barritas en la arena del incensario y se marchan en silencio, incorporando en algunos casos un leve gesto de agradecimiento.

Puede que sea de naturaleza suspicaz, pero también reconozco que el mundo está plagado de personas maravillosas, aunque algunas de ellas solo pasen unos segundos por tu vida. Una mujer lee en mi rostro las ganas que tengo de participar en el sencillo rito. No he querido hacer nada por el miedo de ofender a alguien, así que me mantengo a una distancia relativa hasta que esta señora se acerca a mí y como puede me ayuda a llevar a cabo todo el proceso. Cuando clavo en el incensario mi barrita (he cogido solo una por no hacer demasiado gasto), la señora se despide de mí con un gesto y se marcha. María logra hacer una fotografía del momento que valoraré con mucho cariño durante el resto de mi vida.

El resto del templo es muy curioso. Hay salas llenas de pequeñas figuras de Buda cuya posición de las manos es completamente diferente entre sí. Un monje con una túnica mostaza da su bendición de forma particular a algunas personas. Y quizá la parte que más me llama la atención sea una sala donde varias filas de sillas y mesas de estudio sujetan libros, apuntes, notas y un atril para facilitar la lectura. En ese lugar dan clase algunos días de la semana, y por eso hay varios carteles que te piden respeto para los alumnos si estás visitando el templo durante alguna de sus sesiones.

Me llama la atención que también en el templo hay un museo y se puede hacer una reserva para comer. De haber tenido más tiempo lo hubiéramos intentado, pero la sensación de estar en un lugar que no comprendo sin nadie que pueda explicármelo o tiempo de sobra para aprender observando me genera un hasta ahora inaudito sabor agridulce en la boca. Preferimos salir a la calle, seguir aprendiendo y lograr encontrar respuestas que generen nuevas preguntas.