El volcán Ijen está en activo, un maravilloso infierno
Te recomiendo viajar al Ijen, pero no me pidas que te acompañe
MARÍA MACHADO - 10/06/2024
‘Las esquinas más perdidas’ nació con el subtítulo ‘Una vuelta al mundo, dos formas de contarlo’. Y es verdad que, a menudo, D y yo vemos el mundo parecido (nuestra relación sería un poco complicada si nunca tuviéramos puntos en común, ¿no?). Sin embargo, cuando estuvimos en el Ijen, se produjo uno de esos momentos de enriquecedora divergencia en el que nos miramos y nos dijimos ‘esto va para Las esquinas’.
Pero antes, un poco de contexto. El Ijen es un volcán situado en Banyuwangi (este nombre nos ha gustado tanto que, incluso, lo hemos barajado como posibilidad para llamar a nuestro futuro hijo). Este monte, situado en el este de la isla de Java (Indonesia), se ha convertido en uno de los grandes atractivos turísticos de la zona porque, al estar en activo, ofrece un espectáculo que nadie se quiere perder. Y recalco lo de nadie.
¿Alguna vez habéis vivido un atasco de personas? Uno de esos en los que, igual que pasa a las 8 de la mañana en la M-30, no te puedes mover ni para delante, ni para atrás, ni para la izquierda, ni para la derecha, ni para arriba, ni para abajo… Ahora, cambia los coches por muchos cientos de asiáticos. Eso es lo que vivimos cuando tratábamos de bajar al cráter del volcán para contemplar el famoso fuego azul (producido, por cierto, por la reacción del azufre que sale del volcán y el oxígeno, todo ello a mucha temperatura).
A mí, me pareció un auténtico peligro: bajar por rocas resbaladizas de todos los tamaños, con pocos lugares a los que agarrarse y no caer despeñados varias decenas de metros para abajo, únicamente alumbrado por el frontal, con la máscara protectora por si un golpe de aire nos hacía respirar todo el humo de azufre… A todo ello, súmale esa cantidad de gente nerviosa por ser los primeros en ver el fuego azul antes del amanecer (pues con la salida del sol deja de apreciarse).
Pero, lo que para mí era un infierno, D lo estaba disfrutando con una sonrisa de oreja a oreja. Él disfruta con el caos, con la sensación de peligrosidad ¿controlada?, con un entorno natural arisco y desafiante… Está pirado, sí. Pero en sus ojos (bajo las gafas, porque también las llevábamos para que el azufre no nos irritara), pude ver a ese niño extremeño disfrutando de cada segundo de esa aventura lejos de casa.
Por otro lado estaban los mineros. Porque, además de los miles de turistas que tratábamos de sobrevivir al Ijen, decenas de trabajadores intentaban ganar algo de dinero con las placas amarillas de azufre que el volcán se resiste a regalarles. Y, seamos sinceros, si su tarea ya es difícil de por sí, lo único que hacíamos los turistas es complicársela. Cuando, al pasar a nuestro lado, le di las gracias a uno de ellos por permitirnos estar allí a pesar de todo, me miró sin entender mucho; aún estoy dilucidando si su extrañeza se debió a mi arranque de agradecimiento o a que no hablaba mucho inglés.
Es cierto que muchos de los mineros han encontrado otros trabajos a partir del Ijen que les han permitido ganarse un sueldo menos arriesgado: porteadores, vendedores de souvenirs… Nuestro guía Salim fue minero durante dos años y, tras pasar varios meses en el hospital con problemas en los pulmones por respirar demasiado azufre, decidió reconvertirse en guía (por cierto, el mejor que he tenido nunca. ¡Bravo, Salim!).
Y, de repente, cuando amaneció, lo vimos: el lago azul. Había estado ahí siempre, pero hasta entonces no pudimos intuir ni su presencia ni su belleza. Esta laguna dentro del cráter es un canto de sirena: su color azul clarito te recuerda al agua de las playas paradisiacas que todos hemos visto en las películas. Invita a bañarse en él. Sin duda. Pero ese azul no se debe a la calma turquesa, sino a la furia corrosiva del volcán. No es agua, es ácido sulfúrico y puede alcanzar temperaturas inimaginablemente altas.
Harta de subir riscos, cual cabra montesa, me senté en una roca a contemplar el salvaje espectáculo. Un precioso infierno, toda una metáfora del mismísimo Ijen.
¿Ha valido la pena llegar hasta aquí? Pregúntale a Dani y te responderá con una sonrisa pícara de aventurero de otro siglo. Yo… te recomendaría ir a verlo con tus propios ojos, pero no me pidas que te acompañe.