Viajar a Borneo siempre está pendiente

Tras dormir en un klotok en el Parque Nacional de los orangutanes, nos internamos en su aldea

Está pendiente volver a Borneo

MARÍA MACHADO - 06/06/2024

Los que me conocéis sabéis que, si algún día me pierdo, no debéis buscarme en un gallinero. Los picos, las plumas y las patas con uñas largas no son lo mío. De hecho, solo con escribirlo, he sentido un escalofrío por la espalda.

Por eso, cuando llegamos a una pequeña aldea de Tanjung Harapan (en el mismísimo Borneo indonesio) y vi que había gallinas hasta en el pequeño muelle de madera, tuve ganas de tirarme al agua a pesar de las señales de ‘Cuidado, cocodrilos’.

‘Toca hacerse la valiente, María’, me dije a mí misma al desembarcar del klotok, el barco de madera que durante unos días llamamos hogar (es lo que tiene viajar solo con una mochila, que sientes la necesidad de llamar ‘hogar’ a cualquier cosa).

La situación no pintaba bien para mí. Y es que estas aves no solo forman parte de su cadena alimenticia, sino que son mascotas, vecinas y entretenimiento. Porque sí, aquí las batallas de gallos (los de verdad, no los que rapean o intentan rapear) siguen siendo una de las principales formas de diversión.

Paseamos por sus caminos embarrados por las lluvias torrenciales de la noche anterior y sí, tenía que ir sorteando gallinas tan asustadas como yo, pero de pronto se me olvidó su presencia. Los habitantes de esta pequeña aldea nos estaban dando la bienvenida - qué fortuna, sencilla y honesta, la nuestra-; los adultos, con inclinaciones de cabeza, hellos y sonrisas; los niños, con canciones, carcajadas y chapoteos en el pequeño riachuelo que sirve de bañera y lavandería.

Nunca he estado en un poblado tan alegre: por sus casas de colores, por sus vecinos reunidos charlando y riendo juntos, por sus niños jugando fuera de casa, por las plantas que visten sus senderos y que los habitantes cuidan en comunidad, por su esfuerzo por mantener la vecindad limpia (¡e incluso reciclar!)… Una aldea hecha por y para los humanos (¿alguna vez os habéis fijado cómo las grandes ciudades están construidas para los coches y no para los humanos?).

Y, de pronto, la vi: la biblioteca pública. Me atrevería a decir que tan grande, o más, que la mezquita de la comunidad.

Antes de volver al klotok, sentí el impulso de decirle a D que me acompañara de nuevo a la biblioteca y la escuela. Ambas estaban cerradas por ser fin de semana, pero necesitaba encontrar alguna forma de contacto que me asegurara que, algún día de mi vida, volvería a esta aldea y no solo para dar un paseo.